domingo, 3 de abril de 2011

De Egipto a Grecia por el Mediterraneo

Travesía de Port Said (Egipto) a Creta (Grecia)

12/05/10 Antes de salir definimos el rumbo hacia la isla de Malta, donde George tenía previsto realizar una parada en la travesía a Gibraltar. Más tarde nos enteraríamos de que casi nadie toma esa ruta para cruzar el Mediterráneo. Soltamos amarras, dejamos atrás el decrépito puerto deportivo de Port Said y George mandó a David al timón. Tras unos minutos en el barco sorteando monstruos transatlánticos, subió un práctico a bordo para indicarle a David el rumbo de salida a cambio, al estilo pirata, de tabaco y dinero. Navegamos entre boyas durante al menos una hora, pero el GPS nos obligó a cambiar el rumbo al noroeste antes de la última boya reglamentaria.

Tráfico de barcos enormes en Port Said, la desembocadura del Canal de Suez

Por el momento, pensábamos, todo parecía ir bien. Preparamos la cena, cenamos habituándonos al balanceo y salimos a la bañera a hacer de vigías, en teoría nuestro único cometido. Lo que pensamos que iba a ser una noche tranquila sin apenas barcos, se convertiría en una frenética noche esquivando los numerosos campos de gas de la costa egipcia y tratando de identificar las luces que nos íbamos topando. En una de las tantas veces, pasamos peligrosamente cerca de un remolcador gigante que nos enchufó el foco para saber qué diantres hacíamos ahí. La única compensación de ir por aguas con tan pocos barcos fue ver delfines que nos acompañaron durante algún tiempo y un cielo tachonado de estrellas.

13/05/10 Amanecimos reventados de la noche anterior en la que dormimos a turnos acurrucados en la bañera. George seguía dormido y todo parecía indicar que no sólo dormiría de noche, sino también durante el día. Fue un día muy tranquilo, sin apenas movimiento. Parecía que nos deslizábamos por una balsa de aceite. Animados, nos dedicamos a descansar y otear el horizonte en busca de algo diferente: algún barco. Ahí empezamos a extrañarnos de ser los únicos por esa ruta. Bueno, el único barco que conseguimos divisar casi acaba por colisionar con nosotros. Tuvimos que repetir como diez veces por radio: We are in collision course, y mira que es grande el mar. Además de encargarnos de la vigilancia nocturna y diurna, también nos encargábamos de cocinar. Es ahí cuando conocimos la vena más maniática de George, que hasta nos decía cómo teníamos que cortar las verduras. Durante la noche sólo vimos un barco entre una densa niebla. Nuestra preocupación aumentaba a cada milla que pasábamos sin ver un alma. Antes de partir, creíamos que el Mediterráneo sería un mar muy transitado, además veníamos del Canal de Suez y habíamos perdido de vista al resto.
Desde un principio tratamos de que George nos enseñara a izar y navegar con velas, pero siempre nos daba largas y nos respondía con un “mañana”. Navegábamos a motor a una media de 4 nudos.

14/05/10 El tercer día amaneció relativamente tranquilo. Nos dimos cuenta de que navegábamos no sólo contra el viento, sino contra la marea. Sabíamos que George contaba con el parte meteorológico para 3 días, según lo que nos había dicho, pero lo que no sabíamos y descubriríamos a bordo era que los partes que tenía correspondían a la zona del puerto de Port Said, ese día a 100 millas. David, le insistió en conseguir un parte para la zona en la que nos encontrábamos y nos volvió a dar largas. Lo que mejor sabíamos utilizar era el piloto automático y situarnos en la carta de navegación. Comprobamos que íbamos demasiado lentos.

15/05/10 El cuarto día por la tarde aprovechamos un cambio de viento para izar el genova (la vela de proa). Fue una mejora sustancial, pues pasamos de 4 a 7 nudos. Poco iba a durar nuestra alegría, pues ese cambio de viento era el preludio de la tormenta que capearíamos en los siguientes cuatro días. Pasadas las 4 de la tarde, el cielo se tornó amarillo y fuimos sorprendidos por la visita de tres pájaros que se posaron en el barco buscando refugio, pero que enseguida siguieron su camino. Estábamos a 70 millas náuticas de Libia y a 100 de Creta. No sólo cambió el viento y el oleaje, sino que el motor empezaba a apagarse repentinamente. Comprobamos que se sobrecalentaba por una fuga en una de las tuberías de agua de refrigeración. El viento volvió a ser noroeste así que tuvimos que bajar la vela y tirar del motor. Las olas empezaron aumentar de tamaño y el viento iba ganando fuerza. El oleaje iba castigando los laterales del barco y en el interior nos balanceábamos como si de una barraca se tratara. En cada embate de las olas se caían los cacharros de la cocina y las herramientas de la zona del taller. Al principio nos esforzábamos por mantener el tipo y recogíamos las cosas, pero se volvían a caer. A esto había que sumar las continuas paradas del motor averiado. El proceso era siempre el mismo. Se disparaba la alarma de sobrecalentamiento y se apagaba el motor. Despertábamos a George. Él, pipa en boca, se encargaba de abrir el panel del motor y David se encargaba de ir echando agua muy lentamente por una toma mientras el iba viendo el nivel. En una de las recargas, George perdió el equilibrio por una de las embestidas de las olas y cayó al suelo y con él su pipa que acabó sumergida en el charco de agua debajo del motor, completamente inaccesible. Bien, pues parece que capitán sin pipa, no es capitán, aunque el barco esté a la deriva y revolcándose como un balance, pues ahí estuvo más de media hora intentando recuperar la pipa, hasta que David se dio cuenta de lo que buscaba, salió desesperado a cubierta exclamando : -¡Está buscando la pipa!- Al ver el percal, María que estaba de vigía, bajó al motor junto a George pinzas de barbacoa en mano y rescató la dichosa pipa, acto que George agradeció con una sonrisa, indiferente al hecho de que el motor se paraba cada hora y las olas eran cada vez mayores; todo esto en la oscuridad de la noche. Con George contentó fumando su pipa, David le comunicó nuestra preocupación y preguntó si no deberíamos pedir ayuda. Dijo que no, que seguiríamos rumbo a Malta, contra viento y marea, nunca mejor dicho.

16/05/10 Amaneció y nos tranquilizamos, pero no así la mar ni el motor que no daban tregua. Al comprobar la posición en la que nos encontrábamos, nos percatamos de que no habíamos avanzado, sino retrocedido hacia Libia. Después del desayuno, le dijimos a George que, de seguir así, es decir navegando con un motor que se paraba cada hora y media hora a la deriva arreglándolo, nosotros desembarcábamos. El barco necesitaba ser arreglado en algún puerto. Al principio nos propuso Libia, nada apetecible, pero que los dos aceptamos porque preferíamos Gadafi al Kuan Yin. Poco después concluyó poner rumbo a la isla de Creta. El motor se sobrecalentaba con mayor frecuencia, así que no quedó más remedio que izar el genova, a pesar del fortísimo viento y las crecientes olas. El viento no bajaba de fuerza 8. En una de las paradas, divisamos un cargo y, por radio, les pedimos el teléfono del guardacostas en Grecia y el parte para el día siguiente. Nos comunicó que mejoraría. Pero se equivocó. Contactamos con los guardacostas de Grecia que nos informaron de que estábamos muy alejados, y que le correspondía a Egipto prestarnos ayuda. George se niega y resolvemos seguir con la vela yendo hacia el norte en zigzag. Para que os hagáis una idea de las circunstancias, los dos nos pusimos los chalecos salvavidas desde la noche que empezó la tormenta y no nos los quitaríamos hasta que echamos el ancla en el puerto.

17/05/10 La mar seguía muy revuelta. Por suerte, el casco de acero aguantaba bien cada embate. Parecía un tanque. Por la mañana divisamos la isla de Creta en el horizonte, lo cual nos llenó de satisfacción y alivio. Veíamos la luz muy cerca. Sin embargo, nuestra suerte iba a cambiar en el último viro, justo antes del atardecer y a poco de aproximarnos a puerto. Uno de los cabos del genova se había quedado enganchado. Lo conseguimos liberar usando un destornillador mientras George nos reprochaba a gritos nuestro error. Al soltarlo, salió el cabo de estribor despedido hacia delante y se enroscó en proa con el cabo homologo de babor. Con mucho riesgo por el viento que azotaba, David consiguió desliarlo. Una vez colocamos la vela, George nos comunicó que había cambiado de opinión. Nos dijo que las baterías estaban bajas, que necesitábamos navegar para cargarlas y que era muy tarde para entrar en puerto, por lo que decidió poner rumbo al sur. Impotentes vimos cómo nos alejábamos de la costa a toda velocidad con el viento a favor. David le intentó convencer para tratar de entrar al puerto y María aprovechó la poca cobertura que tenía nuestro móvil (George había desconectado la radio) para hacer una llamada a casa, desde donde se contactó con los guardacostas. Tras una hora de navegación en la que el barco no surcaba el mar sino volaba entre olones con un viento de fuerza 8, nos llamaron de guardacostas de Grecia para pedirnos que cambiásemos el rumbo, que se avecinaba una tormenta y que, tras darle nuestra posición, teníamos 7 pozos de petróleo en nuestro rumbo. George, al oír el parte, decidió dar la vuelta. Salimos a la bañera para hacer la maniobra en medio de la noche. Ahí nos dimos cuenta de que la conjura continuaba, o más bien nuestra inexperiencia nos pasaba factura, pues descubrimos que un cabo estaba enganchado a la hélice. No quedaba más remedio que cortar. David, arnés de seguridad en la cintura y cuchillo de cocina en mano, avanzó a duras penas hasta proa donde cortó el cabo. Lo cortó, pero lo dejó escapar para la desesperación de George, que tras 15 años de circunnavegación pensaba que lo había visto todo. La segunda parte de la maniobra consistía en tomar el cabo “sano” y pasarlo al otro lado sorteando todos los cables, es decir, dar una vuelta al barco por el exterior. Finalmente lo conseguimos, no sin pensar de verdad que íbamos a volcar, y tras 4 horas cabalgando olas, amaneció y volvimos a divisar tierra. Pero la corriente era muy fuerte y no nos permitía entrar a puerto. El guardacostas, que estuvo toda la noche pendiente, consiguió contactar con nosotros por móvil y nos envió un remolcador que nos lleva hasta el puerto. Estamos a salvo.


18/05/2010 Recogimos nuestras cosas, desmontamos las bicis, cubiertas de salitre, y esperamos a la llegada de los inspectores de aduanas. Hicieron una inspección visual del barco y se llevaron a George para hacer el papeleo de entrada. A la vuelta, nos despedimos de él y David le deseó buen viaje a Holanda. Al pisar tierra, los dos sentimos una sensación de balanceo que permanecería con nosotros los siguientes dos días. Estábamos derrotados y colapsados de todo lo que habíamos vivido. Nos encontrábamos en el puerto de Kali Limenes. Montadas las bicis, nos pasamos por las oficinas de los guardacostas para agradecerles su ayuda. Tras echarnos una buena reprimenda, nos preguntaron si estábamos locos al embarcarnos con George. Junto al pueblo había una pequeña playa donde acampamos dos días. El supermercado más cercano estaba a 12 kilómetros. Estábamos tan contentos por haber llegado con vida, que nos parecía hasta placentero andar 24 kilómetros para hacer la compra. Teníamos la sensación de haber vuelto a nacer. La primera noche dormimos 15 horas solo interrumpidas cuando los dos nos despertamos con el zumbido del viento y la sensación de balanceo que nos hizo pensar que estábamos en una balsa a la deriva en alta mar. Somnolientos y angustiados abrimos la puerta de la tienda para comprobar con alivio que estábamos en tierra firme. En esos dos días recuperamos el sueño acumulado, arreglamos las bicis y descansamos al sol, a lo lejos seguíamos viendo el Kuan Yin atracado.


Descansando en la playa de Kali Limenes

Antes de salir con las bicis destino a Heraklion nos pasamos para despedirnos de George que estaba muy feliz porque ya le habían arreglado el motor. Cogimos las bicis con muchas ganas y ese día, bajo un sol radiante, pedaleamos hasta Heraklion, pasando por un paisaje plagado de olivares y salpicado de pequeñas ermitas.


Iglesia típica en el paisaje cretense

El Puerto de Heraklion rodeado por una fortificación veneciana

Desde Heraklion embarcamos en el ferry con destino a Atenas.

Ya en casa, leímos este artículo que nos hizo recordar a George y al Kuan Yin:
http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/585/borrascas-perfectas/


Un abrazo,
David y María

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