lunes, 30 de marzo de 2009

Crónica 14: Por el Amazonas

Bomdia a todos! Tudo bem? Hasta ahí llega nuestro brasileiro escrito, el oral tampoco mucho más lejos pero logramos comunicarnos. Escribimos, con un pequeño retraso, desde Río de Janeiro para narraros nuestro paso a Brasil por la cuenca del Amazonas.
Teníamos pensado iniciar nuestro recorrido en Iquitos, en la Amazonía Peruana. Es la mayor ciudad del mundo que carece de acceso por carretera. Nos hallábamos en Lima y viajar en barco suponía un mínimo de tres días. En Lima mismo nos percatamos de que al pasar a Paraguay no habíamos sellado la salida de Brasil y nos habíamos pasado del plazo de permanencia en Brasil, luego cada día que pasara en Perú, mayor sería la multa al llegar a Brasil.
Dormimos en casa de Isa y, temprano, al día siguiente salimos al aeropuerto. Llegamos con tiempo, facturamos y nos sentamos a desayunar. Nada más probar el café escuchamos: María Berasategui, acérquese al mostrador de LAN. Allá acudimos; habíamos cometido el "despiste" de facturar un camping gas en una de las mochilas. Quedaban 20 minutos para el embarque. Tardaron 30 minutos en sacar la maleta sospechosa. Esprintamos, Isa incluida, por todo el aeropuerto saltándonos todas las colas. Es algo universal lo solidaria que se comporta la gente cuando uno corre desesperado por no perder un avión y se salta a la torera una cola de 80 personas. Esta vez no llegamos a tiempo por escasos minutos y perdimos el vuelo. Por suerte, nos metieron en el siguiente sin cargo alguno. Además del ahorro en tiempo, volar a Iquitos nos ofreció una inigualable vista de pájaro de la selva: un manto verde de arbóles sólo sesgado por el serpeante rio Ucayali (que más tarde se une a la cuenca del Amazonas), sus afluentes y alguna pista color arcilla.

Iquitos nos recibió con lluvia. Rescatamos las maletas que habían llegado 5 horas antes y nos dirigimos al céntrico hotel que nos había recomendado un amigo de Pepe. Además del radical cambio de clima, lo primero que se percata uno en Iquitos es que el coche es un rara avis, ya que está plenamente tomado por motocarros y motos. A todas horas se escucha un ronroneo de pequeños motores. Llevar casco debe de estar prohibido, porque nos vimos a nadie con uno, ni a los policías. Luego nos contaron que hace tiempo trataron de hacerlo obligatorio, pero la gente se negó alegando que hacía excesivo calor. La mayoría de conductores no sólo no llevaban casco, sino que hacían su vida en las motos: vimos como una mujer le daba pecho a un bebe a 50 km por hora.
Iquitos es una ciudad que parece vivir aún en la época dorada de la que fue testigo con el boom cauchero. Creció a pasos agigantados por la actividad del ouro verde, que tantos beneficios trajo a unos pocos y tanta desolación a muchos en toda la cuenca amazónica. Mientras personajes cómo Fitzcarrald, que inspiró la famosa película Fitzcarraldo, se hacían millonarios y mandaban planchar su ropa a Europa, otros eran exterminados indiscriminadamente para desocupar zonas que los caucheros querían explotar o eran utilizados como esclavos para sacar la goma blanca y luego exportarla a Europa. En su libro "El río de la desolación", el escritor Javier Reverte recorre el Amazonas desde casi su nacimiento y detalla muy bien la terrible historia que esconde el Amazonas en sus entrañas. Muy recomendable, más aún si uno viaja por estos lares. En Iquitos, destacan sus edificios de cambio de siglo adornados con azulejos traídos de Portugal, su malecón donde nos atrevimos a bailar en una verbena con motivo del Carnaval y las casas flotantes del Barrio de Belem, donde aprovechamos para comprar las hamacas que necesitaríamos para llegar hasta el Atlántico.

Desde Iquitos, teníamos pensado cruzar hasta Brasil por la denominada Triple Frontera, compuesta por las localidades de Tabatinga (Brasil), Santa Rosa (Perú) y Leticia (Colombia). En lugar de tomar un barco de tres días, por la prisa, embarcamos en un rápido (deslizadora) que cubría el trayecto entre Iquitos y Tabatinga en menos de 12 horas. Equipado con potentísimos motores, planeamos hasta Santa Rosa sorteando todo tipo de troncos y vegetación. Ahí nos esperaba Daniel, conocido a través de un contacto de Isabel, que nos ayudaría con el tema de la frontera. Sellamos la salida de Perú y cruzamos a Tabatinga y Leticia situados en la orilla opuesta. Nos quedamos tres días en la Triple Frontera para esperar al barco hacia Manaos. Aprovechamos para arreglar los trámites migratorios y conocer la vida en las dos ciudades para lo que alquilamos una moto. Leticia y Tabatinga están separadas únicamente por una avenida, sin embargo, guardan algunas diferencias además de su lengua y cultura. Una de ellas es que en Leticia es obligatorio el uso del casco y en la parte brasileira no, por lo que antes de pasar a Leticia es preciso parar en un puesto para alquilar uno. Como decía Reverte en su libro, se podría definir la Triple Frontera como tres almas en un mismo cuerpo. Ese día, Leticia nos depararía una grata sorpresa, ya que andando por la calle nos encontramos al Dr. Patarroyo, una eminencia mundial en el desarrollo de la vacuna contra la malaria. Cómo no, le paramos, o más bien le perseguimos para saludarle, y charlamos un poquito con él, foto incluida.
Por fin llegó el día de la salida a Manaos. La forma más común de viajar por la cuenca amazónica es por vía fluvial. En Perú las denominan lanchas, en Brasil recreios y, por lo general, suelen ser barcos de dos o tres pisos que combinan el transporte de carga y el de pasajeros. En la parte de abajo va la carga y los pasajeros suelen colgar sus hamacas en el segundo piso (casi siempre en los tres pisos cuando no hay espacio), quedando el tercer piso como zona de esparcimiento y camarotes, que en Brasil son cinco veces más caros que la hamaca. La duración del trayecto suele medirse por días y no por horas. Pagamos el equivalente a sesenta euros por persona por un espacio donde colgar nuestras hamacas y las comidas. Tardaríamos tres noches y cuatro dias en llegar a Manaos. Son viajes largos pero uno apenas tiene tiempo para aburrirse. Es tiempo para conocer gente, charlar, jugar al dominó y al ajedrez, experimentar posturas en la hamaca (para dormir, la mejor es en diagonal), leer, pensar, contemplar el inmenso río y la selva, buscar los bufeos (delfines rosados) y observar el permanente y descarado ligoteo a bordo. En la "zona de ocio" suele haber un bar y un televisor que de forma casi ininterrumpida muestra vídeos de música brasileña que hipnotiza a los locales. En nuestro caso el hit del momento era el estilo denominado forro electrónico. A pesar de las apariencias, son viajes cómodos y entretenidos, y sin mosquitos, que afortunadamente no pueden mantener la velocidad del barco. Eso sí, el estómago debe estar preparado para comer dos veces al día arroz y frijoles durante tres días. La primera noche nos despertó de madrugada la policia federal de Brasil para hacer un control de drogas. El registro fue de película. Veníamos de la Triple Frontera, una zona candente del narcotráfico en la que se viven constantes ajustes de cuentas entre las partes. La policia fue mochila por mochila revisándolo todo. Por ejemplo, a nuestro vecino de hamaca que portaba una rama cargada de bananos le abrieron el troncho en busca de droga. Otro pasajero, que al parecer estaba un tanto ebrio, cometió el craso error de negarse a abrir su bolsa y provocar un forcejeo. Lo sacaron del barco y lo metieron en una celda improvisada. El barco lo dejó en tierra. Nos dijeron que ahí estaría a pan y agua hasta la llegada del próximo barco, en tres días.

Manaos es la ciudad más grande de toda la cuenca del Amazonas. Cuenta con más de dos millones de habitantes y posee, como Iquitos, un aire decadente y también parece añorar su época dorada del boom cauchero. El afán por lo francés les llevó a construir una réplica de la ópera de París y una imitación perfecta del mercado de Les Halles. Nuestros primeros dos días en Manaos los aprovechamos para conocer la ciudad, ir a bañarnos con conocidos del barco a Punta Negra, un Akarlanda amazónico y contratar una excursion de cuatro días a la selva.
Al amanecer del día siguiente partimos con Emerson, nuestro guía, en dirección a Itacoatiara. De ahí tomamos una canoa a motor hasta el campamento base desde donde nos adentraríamos a la selva. En el campamento conocimos a una pareja, el sudafricano y ella australiana que viajaban con un inglés, el destino nos uniría a ellos más tarde.
La primera actividad de la excursión era ir a pescar pirañas a un igarapé (un canal). Remamos hasta la zona elegida y Emerson le pidió a David que atara la canoa a un árbol. Mientras María buscaba serpientes entre las ramas, David se puso de pie para amarrar la cuerda. La canoa avanzó ligeramente, David fue chocando contra la rama, perdió el equilibrio y cayó a cámara lenta al agua infestada de pirañas. Se sumergió unos segundos bajo el agua y volvió a subirse a la canao. Emerson, entre risas, comentó que nunca había visto a nadie subirse tan rápido. Tras el susto y las consecuentes risas de María, pasamos la tarde pescando pirañas que más tarde cenaríamos. Al día siguientes partimos a la selva. Empezamos la caminata por un sendero parcialmente marcado, pero que muchas veces se perdía y en el que hacia falta el uso del machete para seguir avanzando. Nos dijeron que era un bosque primario y en el camino apreciamos la exhuberante riqueza de la selva. Emerson nos iba contando las propiedades, nombres y usos de las diferentes plantas a medida que ibamos avanzando por el camino. Vimos el árbol del caucho, el de la quina (antimalárico natural), un árbol de cera que permite hacer fuego en condiciones de mucha humedad, hormigueros y termiteros de grandes dimensiones y una tarántula del tamaño de una mano. Tras tres horas, llegamos a un vivac hecho con helechos gigantes. Comimos en platos fabricados con hojas de banano y por la tarde salimos a explorar una ruta. Minutos después de echar a andar, el guía nos dijo que llovería en 5 minutos y preguntó si queríamos volver. Regresamos y en pocos minutos empezó a caer una atronadora cortina de agua. Nos cobijamos bajo el vivac hecho con hojas y apenas nos mojamos. Cerca había una poza natural donde aprovechamos para limpiarnos y donde, sorprendentemente, no había bichos. La noche llegó puntual y todo se volvió oscuro a pesar de la luna llena. Nos acostamos en las hamacas para tratar de conciliar el sueño entre tanto sonido. Una de las cosas que más nos gustó es la cantidad de ruidos y sonidos que se escuchan en la noche. A las 3 de la madrugada nos despertó un enorme aguacero. El vivac aguantó. A pesar de los ruidos y la elevadísima humedad se duerme muy bien. Temprano por la mañana iniciamos la vuelta. Ibamos caminando en silencio, cuando Emerson dio un paso para atrás y nos señaló una serpiente coral (blanca, roja y negra) que reptaba tranquilamente.

Más tarde David fue atacado por dos avispas al pasar por un avispero, recibiendo sendos picotazos debajo del labio y en la espalda. Llegamos al campamento y esa tarde pasamos la noche en una comunidad de ribereños. Vivían en casas de madera y paja, tenían animales, pescaban para comer y cultivaban mandioca (tubérculo) con la que hacían una harina que se consume mucho en Brasil (farafé). Parecían no necesitar más que pilas para el radiocassette que sonaba a la luz de las velas. Esa noche tratamos de ir a ver jacares (caimanes), detectables en la oscuridad con linternas, pero una gran tormenta nos hizo volver calados hasta el tuétano. Al amanecer navegamos por un igapó (zona inundada por la crecida del río, cuya variación puede llegar hasta los 10 metros) donde avistamos aves. Es difícil avistar animales, más aún en una zona donde escasean los mosquitos, que constituyen un pilar en la cadena trófica, por la elevada acidez de las aguas negras. De todo, nos quedamos con los olores y sonidos de la selva y con la armonía con la que vive la gente en las zonas que visitamos. Volvimos a Manaos en un bus que estuvo balanceándose durante las tres horas de trayecto y que parecía que fuera a estrellarse en cada momento. David no aguantó, se acercó al conductor y le dijo: "Quiero vivir". La azafata respondió que se trataba de la velocidad normal. Dormir en la selva fue mucho más seguro.


Desde Manaos embarcamos en otra lancha que nos llevaría hasta Belem do Pará, en la desembocadura del Amazonas, tras cuatro noches y cinco días. El viaje fue parecido al primero, muy entretenido. En la primera parte, el cauce se ensancha en el famoso Encontro das Aguas, punto de unión del río Negro y el río Salimoes (color café con leche). Se encuentran las aguas pero no se mezclan, dando lugar un río cuyo cauce es bicolor durante unos kilómetros. Luego sigue ensanchándose hasta que, al final, llega a la desembocadura y se convierte en un laberinto de canales que nos permitieron conocer de cerca a las comunidades que habitan en las orillas. En el barco conocimos a un israelita malabarista que llevaba ocho años viajando, un auténtico trotamundos. Llegando a Belem nos brindó un genial espectáculo de despedida.
En la siguiente crónica os contaremos nuestro recorrido por la costa brasileira hasta llegar a Sao Paolo desde donde tenemos pensado cruzar a las Antípodas.

Un abrazo muy fuerte,
David y María

7 comentarios:

Silvia Maiz dijo...

Legal!!!Uma historia muito bonita, Davidinho. Hasta ahora es la más arriesgada, como no podía ser de otra manera. ¡Casí te zampan las pirañas y le dejas viudinha a María! ¡Con toda la carne que tienes vaya banquete pantagruélico se hubieran dado! Y vas y terminas comiéndotelas tú a ellas. ¡Qué capullazo! Es la ley de la selva; come o te comen.

Me encanta la foto en plan Orzowey irlandés. Espero que el dardo venenoso que te asoma por los gallumbos no te causara mayores molestias.

Impresionante la noche en la selva, ¿verdad? con razón se llama rainforest.

Impregnaros bien de la música brasileña que acaba enganchando mucho.

bueno pareja, cuidaros mucho y cuando llegues a alguna ciudad meteros un buen churrasco que estáis perdiendo peso.

Un abrazo,

Edu, silvia y Olivia

Anónimo dijo...

Hola pareja,
Hace tiempo que no escribía en el blog pero esta última crónica merece la pena. ¡¡Qué grande sois!! Llevábamos esperando tiempo alguna anécdota "de las vuestras" y por fin llega en la crónica 14: "Artefacto explosivo en aerolíneas LAN" "Una falsa alarma provoca el pánico durante varias horas" Afortunadamente no hemos leído esos titulares y vosotros conseguisteis llegar a destino por el mismo precio...
¡Y que me dices de las pirañas! te respetaron como a un hermano aunque como comentas no les dejaste tiempo ni que para que te olieran.
Seria un detalle que me trajeras unas semillas del árbol del caucho, el de la quina, ya sabes, por el mosquito cabrón de Costa Rica... Aun no me fío del todo…
Seguir como hasta ahora (bueno Ryan, o el mismísimo Tom Hanks en “Náufrago” , si cambias de bañador tampoco pasaría nada) disfrutando de las pueblos, las culturas, las gentes y de vuestras propias aventuras.
Un abrazo para los dos.

Pet

Paips dijo...

Pendejos!!!

Q grandes sois!!!

Me he reido un buen rato con esta última crónica, con solo imaginarme al Ryan cayendose al agua infestado de pirañas... Q grande!!! Seguro q no hizo el manati!!! je je

Mandaría la foto del Ryan con la cerbatana al National Geographic, por lo menos!!! Ese tanga no tiene precio!!!! ja ja ja

Bueno, ya no os queda nada para cruzar otro medio mundo mas... Mucha mierda! Y seguid asi!!!

Besines a los dos.

Pablo Ryan dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pablo Ryan dijo...

Hola Pareja,
Vaya Etapa mas entretenida. Que envidia, conocisteis al mismisimo Elkin Patarroyo. Es un gran cientificio que, al contrario de lo que haria otro cientifico, dono los derechos de la vacuna a la OMS. Supongo que daria gusto hablar con el, he oido que es una persona muy humana.

La foto con la cerbatana, no tiene precio. He tenido que leer el texto para saber que eras tu. En serio, al principio pensaba que era un indigena.

Un abrazo a los dos y cuidaos mucho.
Pablo y Laura.

Isabel dijo...

Maria David!!!!
Me alegra leer q estan bien y q les siguen pasando anecdotas!!! jijiji!! No lo dudaba!!! un beso fuerte!!!
Isabel

Isabel dijo...

vagos