lunes, 21 de junio de 2010

Crónica 39: Jordania, la tierra de los hoscos


Recorrido: bici, furgo

Entramos a Jordania con mucha ilusión por conocer un país nuevo. Cumplimos las formalidades en la frontera y continuamos hacia el sur. La primera tarde, tras 20 kilómetros de pedaleo por una carretera sin gran interés y al no encontrar una tienda abierta, paramos en un restaurante de carretera para comprar algo para la cena y llenar los bidones de agua. Ahí es cuando nos dimos cuenta de que en Jordania íbamos a tener que sacar los dientes. El tendero nos quería cobrar 8 euros por 3 botellas de agua y cuatro huevos, la mitad de nuestro presupuesto diario en Siria. No nos quedaba otra, así que hicimos tripas corazón y compramos una botella de agua y los cuatro huevos por 4 euros. Nos dolió en el alma ser estafados de tal manera y salimos echándoles un maleficio gitano.


Entrando...
Esa noche acampamos detrás de una gasolinera. El jefe jordano y sus dos empleados egipcios nos ofrecieron té y hasta agua para ducharnos. Al ver la amabilidad ofrecida en la estación de servicio, pensamos que el timo sufrido horas antes había sido algo puntual. Estábamos equivocados. Era sólo el inicio.
Al día siguiente pusimos rumbo a la ciudad de Jerash. La ciudad en sí es polvorienta, muy caótica y fea, pero posee unas ruinas romanas bien conservadas en las que estuvimos comiendo y paseando. Al hacer la compra, una tendera nos puso al día de los precios reales que anotamos para futuras ocasiones y que sería nuestra Biblia para comerciar en la tierra de los Hachemitas.
Ruinas de Jerash
Tras la visita bajamos hasta el río y empezamos a buscar un lugar de acampada. Cansados optamos por desviarnos por un camino que conducía a unas campas donde decidimos instalar el campamento. Aparecieron dos jóvenes de nuestra edad a saludar y curiosear. En un principio nos parecía normal, pero andábamos con ojo atento. Entablamos conversación con ellos e incluso nos ayudaron a montar la tienda. Parecían simpáticos, hasta que uno de ellos le pidió a David que se acercará para preguntarle algo. Tras varios intentos fallidos en inglés, David comprendió que lo que le estaban pidiendo era acostarse con María. David empezó a gritarles y a llamarles de todo. Decidimos salir de ahí cuanto antes. Recogimos las cosas a todo meter mientras ellos nos miraban y arrastramos las bicis de noche hasta la carretera. Pedimos asilo en el primer restaurante que nos dejó acampar en unos columpios anexos. Y esto sería el segundo día.
Egipcios en la gasolinera
El tercer día por la mañana no iba a mejorar mucho pues nos tocó una subida por una carretera de mucho tráfico en la que a María los hombres nos decían cosas que no lográbamos entender, pero por el tono no parecían amigables en muchos de los casos. La tarde mejoró con la bajada al Mar Muerto.
Descenso al Mar Muerto
De estar a 1.200 metros sobre el nivel de mar, tomamos una bella carretera comarcal que desciende hasta los 400 metros por debajo del nivel del mar y llega hasta el legendario río de Jordania. Llegamos a un terreno llano, muy cultivado. Pasamos a muy poco de la frontera con el estado de Israel y luego viramos hacia el sur hasta llegar al Mar Muerto. Son lugares de mucha importancia religiosa. Junto al mar muerto se halla el lugar donde supuestamente fue bautizado Jesús y desde donde acampamos esa noche veíamos las luces de las ciudades de Jericó y Jerusalén, tantas veces escuchadas y leídas, pero a la que no íbamos a ir. Tras nuestra estancia con Pawel y Rob, sí pensamos en cruzar a Palestina, nos apetecía conocerlo por dentro, pero llevábamos todos los sellos de los "enemigos" de Israel y queríamos evitar cualquier problema en nuestra entrada a Egipto. Esa noche fue mágica. Acampamos frente a una tienda de beduinos. Parecían haber estado ahí desde el inicio de los tiempos. Se dedicaban a la cría de cabras y camellos. Al echarse la noche, encendieron una fogata dentro de la tienda, cenaron y a la cama. Por la mañana, para cuando nosotros nos despertamos, ellos ya salían con los camellos y rebaños. Estábamos en primavera y la temperatura era tolerable.
Acampada en mar Muerto, al fondo Israel
Nos imaginamos cómo sería la vida en pleno verano en una zona desértica y ventosa como la que estábamos. Geográficamente, el mar Muerto pertenece al Valle del Rift que se extiende hasta África y lo comparten los estados de Jordania e Israel. Es un mar con los días contados. Cada día que pasa hay menos agua y una mayor proporción de sal. La elevada concentración de sal hace que no haya espacio para una forma de vida. Seguimos la carretera hasta encontrar una "playa" donde pegarnos el chapuzón.
Mar Muerto
Seguimos avanzando 30 kilómetros más hasta la entrada de un parque nacional al que se accede a través de un espectacular Wadi. Nos dejaron acampar junto al aparcamiento.
Siesstaaaa!
El día siguiente se nos presentaba muy duro. Teníamos que superar un desnivel de 1600 metros para llegar hasta Karak, la siguiente ciudad importante. A 10 kilómetros y con sol de justicia María pinchó y nos pudo la galbana. Decidimos tomar una furgoneta con la que acordamos un precio y subimos los 30 kilómetros hasta la ciudad de Al-Karak.
Castillo de Al-Karak
Ahí visitamos el Castillo construido por los cruzados. Como iba siendo el caso, mejor que su arquitectura, espesa y robusta, eran las vistas sobre el Mar Muerto y los wadis, cauces secos creados por ríos e inundaciones repentinas en zonas desérticas. De Karak nos unimos a la King's Highway, una carretera construida sobre una antigua ruta comercial de la época de los romanos. La belleza de los paisajes aumentaba de forma inversamente proporcional a la amabilidad de las gentes que nos íbamos encontrando por los pueblos.
Por la King's Highway
En el primer pueblo en que los niños jordanos nos tiraron alguna piedra nos lo tomamos como gajes del oficio, en el segundo nos empezamos a enfadar, en el tercero, paramos y explicamos a un adulto que esas nos eran formas de recibir a viajero, que era peligroso para nosotros. -Castigaré a los culpables- aseguró. En el cuarto pueblo, David saltó de la bici fue corriendo a por unas piedras y respondió la ofensiva. Tristemente, esa fue la única vez que salieron corriendo.
La curiosidad que teníamos al principio por conocer los pueblos fue sustituida por ganas de pasar el pueblo cuanto antes. Por suerte, no siempre fue el caso. Hubo también gente que nos saludaba, nos sonreía y nos invitaba a sus casas. Casi siempre fueron hombres los que nos invitaban y casi siempre rechazábamos, no estábamos con ánimo de socializar tras los recibimientos. Sin embargo, un viernes atravesamos un pueblo coincidiendo con la hora del rezo y todos los hombres se encontraban en la mezquita. A la salida del pueblo pasamos por una casa y una mujer nos hizo el gesto de que pasáramos. Aparcamos las bicis y, a pesar de estar un tanto olorientos, nos invitaron a sentarnos sobre las alfombras que cubrían el piso de la casa. Una de ellas estudiaba Trabajo Social en Amman y hablaba un inglés que nos permitió conversar sobre muchos temas durante dos horas, hasta que apareció uno de los hermanos. Nos bombardeaban con preguntas sobre el papel de la mujer, la relación entre hombres y mujeres y las relaciones familiares en nuestro país. Nos contaba cómo era su hermano el que decidía con qué chicos podía estar y con cuáles no y concluía que siempre que pasaba algo, la mujer tenía la culpa. Pareció desahogarse. Alucinaba con el hecho de que viajáramos juntos sin estar casados. Era algo que aún no cabe en la sociedad jordana. Reanudamos la marcha animados de haber conectado con una familia y de haber conversado de forma normal. Al atardecer llegamos a la ciudad Al-Tafila para comprar gasolina y comida. Una vez más algún niño nos lanzó algo al pasar. Estábamos muy cansados para broncas y pedaleamos hasta las afueras donde encontramos un sitio donde poner la tienda.
Y, ¿cómo haceis para ducharos? Así.
No dejábamos pasar ni una. Peleamos cada céntimo. Cada compra se convertía en una lucha. Nos sabíamos los precios de memoria. A medida que nos acercábamos a la mítica Petra, los precios iban subiendo. Llegamos a Wadi Musa, un pueblo construido por y para Petra, y encontramos un hostal barato a la entrada. Ahí conoceríamos a Gabor y Angie, él hungaro y ella singapureña.
Angie y Gabor
También llevaban tiempo viajando. Se habían conocido en China y enseguida conectamos con ellos. Tanto que al día siguiente acordamos ir juntos a intentar colarnos en Petra. En rara o ninguna ocasión hemos querido colarnos sin pagar en algún sitio histórico, pero el disparatado precio de 33 euros que costaba la entrada a las ruinas de Petra junto a la animadversión que nos provocaban los jordanos, hizo que probáramos una forma de colarnos en el recinto. Fuimos a Little Petra, a unos 10 kilómetros, con la esperanza de seguir un camino que nos condujera hasta las ruinas. Estuvimos andando perdidos entre cañones y gargantas de piedra rosácea. No llegamos ni a la mitad del camino que antiguamente conectaba las dos ciudades, pero fue un día muy bonito en el que disfrutamos de una buena compañía y un paisaje mágico. A la vuelta pasamos por un pueblo beduino habitado por los antiguos pobladores de la actual Petra antes de que fueran reubicados. Los beduinos irradian una personalidad diferente y más natural con respecto a los jordanos.
Al día siguiente resolvimos probar suerte y tratar de comprar una entrada de segunda mano. Nos acercamos a un grupo de japoneses recién salidos y, a escondidas, les sacamos dos entradas por 15 euros. Entramos sin levantar sospecha alguna a las ruinas de Petra. Jordania 0-David y Maria 1. Brevemente, Petra es una antigua ciudad de los Nabateos construida hacia el s.II a.C. por comerciantes que transportaban bienes en caravanas por las rutas de Oriente Próximo. Al ser una ciudad esculpida en la piedra y al haber sido descubierta hace relativamente poco, hoy es posible ver bastante de lo que una vez fue. El resto os lo contamos con las fotos.
Canalizaciones por el Siq (entrada a Petra)
El Tesoro
El Monasterio,Petra
Dejamos atrás Petra y pusimos rumbo al parque de Wadi Rum, el desierto. Los primeros 50 kilómetros fueron un constante sube y baja pasando por campos poblados de tiendas nómadas con viento de cara.
Acampada de camino a Wadi Rum
Al día siguiente, de camino a Wadi Rum, mientras pedaleábamos vimos a los lejos el contorno de una persona que se iba acercando poco a poco. Era Manfield, un caminante de Alemania, que llevaba recorridos más de 1300 kilómetros por los desiertos de Jordania y Arabia Saudita. ¡Otra liga!
Manfield, con 1250 kilómetros a sus espaldas

Los Siete Pilares de la Sabiduría,Wadi Rum
Entrar en Wadi Rum con la bici fue espectacular. Bloques enormes de roca de múltiples colores esculpidos por el paso del tiempo y el viento brotaban por todo el desierto.
Entrando en Wadi Rum
De vez en cuando se veía algún beduino guiando camellos o alguna mujer o niños con cabras. Nos quedamos en el camping de pueblo. Lo propio hubiera sido ir al desierto de acampada, pero nos quedaban sólo fuerzas para un paseo por el desierto. Esa noche, además de las estrellas, se veían las luces de los frontales de los escaladores colgados de las bloques.
A la mañana siguiente salíamos hacía la última ciudad en Aqqaba. Iba a ser nuestro último día en Jordania y teníamos ganas. Como regalo de despedida batimos el record de pinchazos en 30 minutos: 3!!! Llegamos a la ciudad de Aqqaba desde donde se veía el Mar Rojo, las montañas de la península del Sinai e Israel. Pedaleamos hasta el puerto para coger el ferry con destino Nuweiba en Egipto. Antes de montar el hornillo para preparar la cena, un señor nos vino a hacer preguntas sobre nuestro viaje. Estaba tan maravillado, decía, que pidió hacernos una minientrevista con su móvil. Aceptamos. Era piloto de una aerolinea en Arabia Saudi e iba vestido como tal. Eso sí, pra cumplir con el rito, antes de abandonarnos, nos susurró: ¡Tened cuidado en Egipto, el 99,9% de los egipcios son ladrones!
Mientras esperábamos apareció Dan, un ciclista inglés que venía de Londres y que se dirigía hacia Ciudad del Cabo en Suráfrica. Estábamos derrotados de la paliza que había sido Jordania, pero contentos de viajar a Egipto y encima, una de las etapas la haríamos con otra persona, una novedad. Aparcamos las bicis en la bodega del ferry, buscamos un hueco donde tirarnos para dormir y sonó la bocina. Salíamos de Jordania.
Ferry a Nuweiba
Sin duda Jordania ocupa el farolillo rojo en la clasificación de los países por los que hemos pasado. A veces pensábamos que era por nuestra culpa. Lo achacábamos al cansancio acumulado o al hecho de llevar muchos países visitados en poco tiempo hace que uno pierda la perspectiva y la paciencia. Pero no, luego leímos y oímos experiencias similares de otros ciclistas. Imaginamos que otra gente habrá tenido experiencias más positivas. Por desgracia, la nuestra no fue el caso. Sí nos topamos con jordanos amables, pero no era fácil. No sirva esta crónica para desanimar a nadie a visitar Jordania. Petra, Wadi Rum y el Mar Muerto son únicos. Ha sido nuestra experiencia. Dan, por ejemplo, lo había pasado en grande.
Un abrazo y hasta la próxima crónica
David y María

2 comentarios:

Cyclotherapy dijo...

Pero bueno! Hay algún biciviajero/a que haya pagado la entrada en Petra?
Si es que sois unos delincuentes!
Bueno pareja, se ve que fue dura y desagradable la convivencia con los jordanos. Y luego la mala fama se la llevan otros, pero a los hachemitas no les gana nadie puteando al viajero/a.

Izan ondo.

Iñigo

Anónimo dijo...

disculpa, queria saber si tienes informacion acerca de si se puede conseguir hospedaje en jordania para una pareja, sin estar casados. gracias.