Celebramos nuestra llegada con una coliflor que espantó a todo bicho cercano y caímos reventados. Generalmente, cuando entramos en un país nuevo, solemos tomarle el pulso antes de ponernos a acampar, pero, en esta ocasión, no nos quedó más remedio.
Preparando la coliflor recién llegados al Líbano
A la mañana siguiente empezamos a pedalear con los primeros rayos de sol con rumbo a la ciudad de Trípoli.
Si alguien sabe de qué árbol se trata, nos lo diga, merçi
Al unirnos a la carretera principal, un local que nos vio debió pensar que llegábamos de cruzar la frontera de forma ilegal por caminillos, pues nos hizo el gesto de brazos esposados si nos pillaban. La carretera hasta el mar pasaba por campos de naranjos en flor que emanaban un aroma dulce, invernaderos y pinares. Tras
Campamento con Trípoli al fondo
Trípoli es la segunda ciudad más importante del Líbano. Es grande, pero al entrar en su centro no se percibe la sensación de urbe agobiante, al revés, resulta más pueblo que ciudad. En Trípoli nos quedamos dos noches en un céntrico hostal regentado por una amable familia con la que tuvimos que rescatar nuestro francés. Desde el primer momento se nota que el Líbano fue colonia francesa, no sólo por el hecho de que había gente que prefería el francés al inglés, sino por el estilo colonial francés aún visible en algunos edificios que, a pesar de mostrar aún las heridas de la guerra, mantienen el encanto de la época dorada de los 60. Años en los que era conocido como la Suiza de Oriente Próximo y que hoy en día aún se puede aplicar, ya que el Líbano es bastante más caro que sus vecinos árabes.
De Trípoli pedaleamos
Byblos ha conocido el paso de muchas civilizaciones tal y como atestiguan las ruinas de esta pequeña ciudad, pero son los fenicios la civilización por excelencia del Líbano. En lugar de extenderse por tierra, su imperio se extendió por el Mar Mediterráneo y las costas del Norte de África dominando todas las rutas comerciales.
Antiguo puerto fenicio, Byblos
Los
Buscando alojamiento nos dimos cuenta de la diferencia de precios con respecto al resto de países árabes. Tras varios intentos encontramos un hostal en el que nos dejaban plantar la tienda en la azotea. Al principio nos pedían 8 euros por persona, pero justo cuando David se disponía a salir para coger las bicis, una rata del tamaño de un conejo pequeño esprintó escaleras arriba y se metió en el hostal. El dueño pegó un gritó y, como si unos dibujos animados se tratara, se subió a la primera silla que vio mientras le preguntaba a David qué debía hacer. -¡Buy a cat !(compra un gato)- respondió. Viendo el percal y la rata, David consiguió bajar a 6 euros la noche. Una vez instalados y mientras hacia David el pago en recepción volvió a aparecer el roedor que se coló en una de las habitaciones. Un sirio, que trabajaba de cocinero para los trabajadores de un barco atracado en el puerto, cerró la puerta de golpe dejando la rata atrapada en la habitación. Armados con escobas David y el sirio se adentraron en la habitación a la caza de la rata. Al principio la rata esquivaba todos los escobazos y se acercaba peligrosamente a los pies. El sirio iba en chancletas y seguramente no tendría la antirrábica, pero parecía pasárselo bien y no ser la primera vez. Tras unos minutos, la rata desapareció entre los bultos que había en la habitación. Buscamos entre bolsas y cajones hasta que al levantar unos colchones apilados saltó al suelo y se reanudó la encarnizada batalla. Instantes después y tras arrinconarla, el sirio la pisó con la chancleta y David la remató con la escoba quedando cadáver en la habitación que para entonces era un auténtico caos. Horas después cuando el dueño distribuía los colchones de la gente que íbamos a dormir en la azotea, escogió los más finos para nosotros.
-Nos corresponden los mismos colchones que al resto- protestó David.
-Entiendo, pero vais a pagar 2 euros menos por noche- respondió el dueño.
-Sí, pero he matado la rata- recordó David.
En Beirut pasaríamos cinco días conociendo una ciudad en la que la variedad constituye el denominador común. Las impolutas calles del centro, fuertemente custodiadas por el ejército, contrastan con los campamentos de refugiados instalados a las afueras. En un paseo por el centro es posible ver iglesias a pocos metros de mezquitas, edificios de oficinas novísimos con otros que aún muestran las secuelas de la guerra, mujeres completamente tapadas cruzándose con otras corriendo con ropa de deporte ajustada.
Beirut
Centro de Beirut, iglesia con mezquita al fondo
Dos de los días, aprovechando el buen tiempo, nos bañamos en las playas urbanas ubicadas junto al paseo marítimo.
En la playa urbana: plan de los locales, fumar shisha y observar la calle
También visitamos el museo emplazado justo en la antigua línea verde que separaba los dos bandos en guerra.
Mosaico en el Museo Nacional
En Beirut aprovechamos también para empaparnos de su animada vida nocturna. La primera vez Nicole y su novio Daniel, conocidos a través de Nagibe, una amiga de David, nos llevaron a Byblos. Ahí es donde descubrimos la exquisita y variada cocina libanesa.
Exquisito humus (plato a base garbanzos)
La segunda noche salimos por la calle Gemaizeh, la mítica calle de marcha en Beirut. En el minúsculo pero animado bar Godot hicimos amistad con Rob y Caroline, una pareja de ingleses con los que pasaríamos el resto de la divertida noche. Rob trabaja en Damasco para UNICEF y al saber que nuestro siguiente destino era la capital siria, nos invitó a su piso. (Ver crónica de Siria)
El día antes de partir fuimos invitados a la casa de la madre de Nicole y prima de Nagibe, Enaam, en el pueblo de Jeita a
Sobremesa con la familia de Nagibe: Daniel, Nicole y Enaam
Armut (pescado de la zona), tabulé a la dcha
A la vuelta Nicole y Daniel nos acercaron a la entrada de la Gruta de Jeita, dos cavernas de piedra caliza interconectadas que el tiempo ha convertido en un auténtico espectáculo de la naturaleza. Para salir del Líbano hacia Siria es necesario atravesar dos cordilleras montañosas, la del Líbano y la del Antilíbano. En la primera es posible ver los famosos cedros milenarios y la segunda es la frontera natural con Siria. El dueño del hostal en el que estábamos alojados en Beirut era druso, una minoría religiosa musulmana existente en los países de Oriente Próximo y muy presente en la zona hacia la que nos dirigíamos, así que nos ayudó a trazar el recorrido hasta el Valle del Bekka. Nos tentó con llevarnos hasta el primer puerto, pero decidimos probar nuestra condición física hasta la reserva de los Cedros. El primer día tardamos 4 horas en cubrir
Desde Barouk ascendimos hasta la reserva y seguimos arrastrando las bicis hasta los
Los Cedros
Al otro lado de la cordillera se veía Siria, los disputados Altos del Golán y el valle del Bekka, la región vinícola del Líbano y también conocida por ser el bastión del partido de Hezbollah. Bajamos en un descenso espectacular por olivares hasta llegar a una planicie llena de viñas.
Viñedos ceca de Kefraia, valle del Bekka
Nos quedaban pocos kilómetros para llegar a la frontera con Siria, pero al estar atardeciendo no quisimos arriesgar a tener que acampar de noche en zona fronteriza, así que decidimos buscar un sitio por la zona. Tras varios intentos sin éxito, acampamos junto a unas casas habitadas por familias libanesas. Eran muy numerosas y nada más llegar salieron, como solía ser costumbre, a darnos la bienvenida, y formaron un corrillo para curiosear. Instalamos nuestra tienda en una campa cercana y durante la tarde-noche fueron acercándose las familias para conocernos. Frente nosotros había un campamento de refugiados palestinos. Uno de los hombres alumbró un fuego junto a nuestra tienda y nos trajo una alfombra donde sentarnos. Nos contaron que antiguamente era la costumbre encender una lumbre cuando había visita para avisar al resto de vecinos de que esa noche pernoctaba un viajero.
A la mañana siguiente recogimos el campamento temprano y pedaleamos hacia la frontera Siria. A escasos kilómetros antes de volver a entrar Siria paramos a visitar las interesantes ruinas omeyas de Anjar.
El desvío del Líbano mereció cada pedalada. Pensamos dedicarle 5 ó 6 días y, al final estuvimos casi dos semanas. Su gente, la comida, sus paisajes y sus montañas nos atraparon. Es un país que, a pesar de su dura historia reciente, parece mirar al futuro con confianza y reafirmar su identidad. Para la bici es un país fácil y bonito por la costa, y montañoso y verde por el interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario