lunes, 14 de junio de 2010

Crónica 38: Desvío por el Líbano

Ruta: bici
No teníamos previsto pasar por el Líbano en nuestra ruta hacia el sur, pero no parábamos de escuchar cosas buenas de este pequeño país, así que decidimos verlo con nuestros propios ojos. A nuestra entrada cumplimos con todo lo que no hay que hacer cuando se pasa en bici de un país a otro: llegamos de noche a una frontera entre dos países enemistados, no habíamos encontrado ningún sitio para plantar la tienda y estábamos con los estómagos vacíos. La frontera era un caos de coches, motos, camiones y gente. Cuando llegamos una muchedumbre forcejeaba mientras esperaba a recibir su pasaporte. ¡Sirios!, nos explicó el cambista libanés con tono de desprecio. El policía de inmigración nos pidió que indicáramos el hotel en el que nos alojaríamos esa noche. Aprovechamos para preguntarle si conocía algún lugar donde acampar. -No es buena idea-, respondió.- Aquí hay lobos y hienas- añadió. Hablaba de forma metafórica, se refería al tipo de personas que pululaban por la zona. Esperamos media hora contemplando el trajín de una frontera donde hasta el aire parecía pasar de estraperlo. El amable policía nos presentó a un conocido que nos dejaría acampar cerca de su casa. Aliviados, seguimos las luces rojas de su viejo mercedes de los 70, el coche más conducido en el Líbano, por una carretera sin alumbrado.
Celebramos nuestra llegada con una coliflor que espantó a todo bicho cercano y caímos reventados. Generalmente, cuando entramos en un país nuevo, solemos tomarle el pulso antes de ponernos a acampar, pero, en esta ocasión, no nos quedó más remedio.

Preparando la coliflor recién llegados al Líbano

A la mañana siguiente empezamos a pedalear con los primeros rayos de sol con rumbo a la ciudad de Trípoli.

Si alguien sabe de qué árbol se trata, nos lo diga, merçi

Al unirnos a la carretera principal, un local que nos vio debió pensar que llegábamos de cruzar la frontera de forma ilegal por caminillos, pues nos hizo el gesto de brazos esposados si nos pillaban. La carretera hasta el mar pasaba por campos de naranjos en flor que emanaban un aroma dulce, invernaderos y pinares. Tras 20 kilómetros llegamos a la carretera costera por la que seguiríamos hasta Beirut. Nos quedamos contemplando el Mediterráneo en silencio. Nos hizo sentirnos más cerca de casa. Junto al cruce vimos el primer campamento de refugiados palestinos. La belleza del Mediterráneo contrastaba con el campamento instalado en primera línea de la playa. Estábamos en el país de los contrastes. Una idea que aparece como eslogan hasta en los propios folletos turísticos del país.

Campamento con Trípoli al fondo

Trípoli es la segunda ciudad más importante del Líbano. Es grande, pero al entrar en su centro no se percibe la sensación de urbe agobiante, al revés, resulta más pueblo que ciudad. En Trípoli nos quedamos dos noches en un céntrico hostal regentado por una amable familia con la que tuvimos que rescatar nuestro francés. Desde el primer momento se nota que el Líbano fue colonia francesa, no sólo por el hecho de que había gente que prefería el francés al inglés, sino por el estilo colonial francés aún visible en algunos edificios que, a pesar de mostrar aún las heridas de la guerra, mantienen el encanto de la época dorada de los 60. Años en los que era conocido como la Suiza de Oriente Próximo y que hoy en día aún se puede aplicar, ya que el Líbano es bastante más caro que sus vecinos árabes.

Trípoli


Llamada al rezo en Trípoli
Cafetería móvil en Trípoli
Idea: se pone uno de estos en la cola del DNI y te forras!

De Trípoli pedaleamos 40 kilómetros siguiendo la carretera de la costa hasta Byblos. A medida que avanzábamos hacia el Sur, aumentaba la densidad de hoteles, resorts y apartamentos de veraneo, casi todos vacíos. Nos pareció desproporcionado teniendo en cuenta que la población del Líbano no llega a los 4 millones de habitantes. Luego supimos que estos alojamientos, ahora vacíos, son utilizados por libaneses emigrantes que viven por todo el mundo que ascienden a 20 millones.

Saliendo de Trípoli por la carretera de la costa

Picos nevados, monte, industria, resorts y playa

A 3 km de Byblos, en Amchit, encontramos uno de los mejores campings del viaje. Vacío, al no estar en temporada, montamos la tienda sobre un acantilado con vistas a Beirut y a un Mediterráneo bravucón.
Camping en Amchit
El Oeste desde Líbano

Byblos ha conocido el paso de muchas civilizaciones tal y como atestiguan las ruinas de esta pequeña ciudad, pero son los fenicios la civilización por excelencia del Líbano. En lugar de extenderse por tierra, su imperio se extendió por el Mar Mediterráneo y las costas del Norte de África dominando todas las rutas comerciales.

Antiguo puerto fenicio, Byblos

Los 20 kilómetros que separan Byblos de Beirut fueron una pesadilla ciclista: tráfico muy denso coincidiendo con la operación salida de Semana Santa, nada de arcén y un paisaje urbano horrendo. Como marca la costumbre entramos en la ciudad pocos minutos antes del atardecer. Paramos junto a un puesto de perritos calientes para preguntar por la dirección de un hostal que habíamos visto en la guía. El dueño del puesto, viendo la cara de susto que traíamos por el tráfico, nos invitó a unos sabrosos perritos cuya "receta" había aprendido durante sus años de inmigrante en Estados Unidos y que devoramos mientras nos ponía al día sobre el Líbano. A diferencia de los sirios, los libaneses hablan abiertamente de los temas de actualidad que les afectan. Es un país donde conviven 16 confesiones diferentes y que, a pesar de la reciente guerra civil que tuvo enfrentados a cristianos y musulmanes entre los años 1975 y 1990 y que ha rebrotado posteriormente, ahora mismo se respiraba calma.

Buscando alojamiento nos dimos cuenta de la diferencia de precios con respecto al resto de países árabes. Tras varios intentos encontramos un hostal en el que nos dejaban plantar la tienda en la azotea. Al principio nos pedían 8 euros por persona, pero justo cuando David se disponía a salir para coger las bicis, una rata del tamaño de un conejo pequeño esprintó escaleras arriba y se metió en el hostal. El dueño pegó un gritó y, como si unos dibujos animados se tratara, se subió a la primera silla que vio mientras le preguntaba a David qué debía hacer. -¡Buy a cat !(compra un gato)- respondió. Viendo el percal y la rata, David consiguió bajar a 6 euros la noche. Una vez instalados y mientras hacia David el pago en recepción volvió a aparecer el roedor que se coló en una de las habitaciones. Un sirio, que trabajaba de cocinero para los trabajadores de un barco atracado en el puerto, cerró la puerta de golpe dejando la rata atrapada en la habitación. Armados con escobas David y el sirio se adentraron en la habitación a la caza de la rata. Al principio la rata esquivaba todos los escobazos y se acercaba peligrosamente a los pies. El sirio iba en chancletas y seguramente no tendría la antirrábica, pero parecía pasárselo bien y no ser la primera vez. Tras unos minutos, la rata desapareció entre los bultos que había en la habitación. Buscamos entre bolsas y cajones hasta que al levantar unos colchones apilados saltó al suelo y se reanudó la encarnizada batalla. Instantes después y tras arrinconarla, el sirio la pisó con la chancleta y David la remató con la escoba quedando cadáver en la habitación que para entonces era un auténtico caos. Horas después cuando el dueño distribuía los colchones de la gente que íbamos a dormir en la azotea, escogió los más finos para nosotros.

-Nos corresponden los mismos colchones que al resto- protestó David.

-Entiendo, pero vais a pagar 2 euros menos por noche- respondió el dueño.

-Sí, pero he matado la rata- recordó David.

En la azotea de Beirut

En Beirut pasaríamos cinco días conociendo una ciudad en la que la variedad constituye el denominador común. Las impolutas calles del centro, fuertemente custodiadas por el ejército, contrastan con los campamentos de refugiados instalados a las afueras. En un paseo por el centro es posible ver iglesias a pocos metros de mezquitas, edificios de oficinas novísimos con otros que aún muestran las secuelas de la guerra, mujeres completamente tapadas cruzándose con otras corriendo con ropa de deporte ajustada.

Beirut

El Holiday Inn, recuerdo de la guerra civil

Centro de Beirut, iglesia con mezquita al fondo

Dos de los días, aprovechando el buen tiempo, nos bañamos en las playas urbanas ubicadas junto al paseo marítimo.

En la playa urbana: plan de los locales, fumar shisha y observar la calle

También visitamos el museo emplazado justo en la antigua línea verde que separaba los dos bandos en guerra.

Mosaico en el Museo Nacional

La Rouche, Beirut

En Beirut aprovechamos también para empaparnos de su animada vida nocturna. La primera vez Nicole y su novio Daniel, conocidos a través de Nagibe, una amiga de David, nos llevaron a Byblos. Ahí es donde descubrimos la exquisita y variada cocina libanesa.

Exquisito humus (plato a base garbanzos)

La segunda noche salimos por la calle Gemaizeh, la mítica calle de marcha en Beirut. En el minúsculo pero animado bar Godot hicimos amistad con Rob y Caroline, una pareja de ingleses con los que pasaríamos el resto de la divertida noche. Rob trabaja en Damasco para UNICEF y al saber que nuestro siguiente destino era la capital siria, nos invitó a su piso. (Ver crónica de Siria)

El día antes de partir fuimos invitados a la casa de la madre de Nicole y prima de Nagibe, Enaam, en el pueblo de Jeita a 18 kilómetros de Beirut. Nos deleitaron con una exquisita comida tradicional libanesa y probamos el famoso arak, bebida alcohólica típica elaborada con uva que se sirve frío con agua.

Sobremesa con la familia de Nagibe: Daniel, Nicole y Enaam

Armut (pescado de la zona), tabulé a la dcha

A la vuelta Nicole y Daniel nos acercaron a la entrada de la Gruta de Jeita, dos cavernas de piedra caliza interconectadas que el tiempo ha convertido en un auténtico espectáculo de la naturaleza. Para salir del Líbano hacia Siria es necesario atravesar dos cordilleras montañosas, la del Líbano y la del Antilíbano. En la primera es posible ver los famosos cedros milenarios y la segunda es la frontera natural con Siria. El dueño del hostal en el que estábamos alojados en Beirut era druso, una minoría religiosa musulmana existente en los países de Oriente Próximo y muy presente en la zona hacia la que nos dirigíamos, así que nos ayudó a trazar el recorrido hasta el Valle del Bekka. Nos tentó con llevarnos hasta el primer puerto, pero decidimos probar nuestra condición física hasta la reserva de los Cedros. El primer día tardamos 4 horas en cubrir 40 kilómetros en una dura subida hasta llegar a Barouk a 1100 metros sobre el nivel del mar, a pocos kilómetros de la reserva y donde acamparíamos esa noche. El interior del Líbano es muy montañoso, pero muy bello, más en primavera.

Acampada en Barouk

Desde Barouk ascendimos hasta la reserva y seguimos arrastrando las bicis hasta los 1.900 metros. Los legendarios cedros del Líbano son árboles que pueden llegar a vivir más de 2.000 años, pero sólo crecen a partir de los 1.200 metros. Antiguamente los bosques ocupaban gran parte de la cordillera del Líbano, pero la constante tala a lo largo de los siglos ha hecho que hoy solo queden algunos reductos. Aun así, y a pesar de los dos días que nos costó llegar, comernos el bocata a la sombra de un cedro milenario no tuvo precio.

Los Cedros

A poco de llegar a la cima de la cadena del Líbano por el bosque de cedros

Al otro lado de la cordillera se veía Siria, los disputados Altos del Golán y el valle del Bekka, la región vinícola del Líbano y también conocida por ser el bastión del partido de Hezbollah. Bajamos en un descenso espectacular por olivares hasta llegar a una planicie llena de viñas.

Valle del Bekká de fondo

Viñedos ceca de Kefraia, valle del Bekka

Nos quedaban pocos kilómetros para llegar a la frontera con Siria, pero al estar atardeciendo no quisimos arriesgar a tener que acampar de noche en zona fronteriza, así que decidimos buscar un sitio por la zona. Tras varios intentos sin éxito, acampamos junto a unas casas habitadas por familias libanesas. Eran muy numerosas y nada más llegar salieron, como solía ser costumbre, a darnos la bienvenida, y formaron un corrillo para curiosear. Instalamos nuestra tienda en una campa cercana y durante la tarde-noche fueron acercándose las familias para conocernos. Frente nosotros había un campamento de refugiados palestinos. Uno de los hombres alumbró un fuego junto a nuestra tienda y nos trajo una alfombra donde sentarnos. Nos contaron que antiguamente era la costumbre encender una lumbre cuando había visita para avisar al resto de vecinos de que esa noche pernoctaba un viajero.

Cafe arábigo

A la mañana siguiente recogimos el campamento temprano y pedaleamos hacia la frontera Siria. A escasos kilómetros antes de volver a entrar Siria paramos a visitar las interesantes ruinas omeyas de Anjar.

Ruinas omeyas de Anjar

El desvío del Líbano mereció cada pedalada. Pensamos dedicarle 5 ó 6 días y, al final estuvimos casi dos semanas. Su gente, la comida, sus paisajes y sus montañas nos atraparon. Es un país que, a pesar de su dura historia reciente, parece mirar al futuro con confianza y reafirmar su identidad. Para la bici es un país fácil y bonito por la costa, y montañoso y verde por el interior.

Un abrazo,

David y María

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