jueves, 26 de febrero de 2009

Crónica 10: Segunda visita, Cusco y Lima

Cuzco fue el punto de encuentro con nuestra segunda y esperada visita: venían Pepi, Pili y Álvaro. Nosotros llegamos dos días antes desde Bolivia por si nos cerraban las fronteras el día 25 de enero por el referéndum y para tener dos días de aclimatación a sus 3.400 msnm. Cuzco o Cusco (Qosqo, que significa ombligo del mundo en quechua) es una ciudad que vive esencialmente por y para el turismo, de hecho, a veces resulta hasta agobiante andar por sus adoquinadas calles y conservada Plaza de Armas donde uno es abordado constantemente por vendedores de todas las edades ofreciendo souvenirs de toda índole.

El domingo 25 recibimos en el aeropuerto a Pepi, Pili y Álvaro. Iba a ser una visita corta pero intensa. Ese mismo día, a pesar del "jet lag" y el soroche de los recién llegados, fuimos a conocer el mercado de San Pedro acompañados de Ana, la que sería nuestra guía en Cuzco. Empezamos primero visitando las inocentes secciones de frutería y verdulería observando la gran variedad de productos de la sierra cuzqueña: tuna (higo chumbo), maíces morados (con la que se prepara la refrescante bebida de chicha morada), yuca, rocoto (un pimiento picante), etc., pasamos por las secciones de comedores, puestos de abarrotes y de productos medicinales, cactus alucinógenos y ofrendas a la Pachamama (madre Tierra) para pedir abundancia. Acabamos en la terrorífica sección de carnicería en la que una cabeza de res nos dio la bienvenida. Un tanto disgustados por el olor, abandonamos el mercado a paso ligero y sin tomar el jugo que inicialmente nos había apetecido. De ahí continuamos hasta el tradicional barrio de San Blas, hogar de los mejores artesanos de la ciudad, y visitamos un muro inca ubicado en la calle de Hatunrumiyoc que contiene piedras poligonales de hasta 12 lados. A lo largo de todas nuestras visitas a ruinas incas pudimos admirar la excelencia constructiva de esta civilización que se prolongó desde 1200 d.C hasta la llegada de los españoles. Terminamos el primer día yendo a una representación de danzas típicas regionales que se celebraba en el Centro Cultural.

A la mañana siguiente partimos de madrugada hacia el plato fuerte de la visita: la ciudad perdida de Machu Picchu. Tras seis zigzag para salir de Cuzco y tres horas de viaje, el tren llegó al pueblo de Aguas Calientes. Ahí montamos en un autobús que nos subió hasta la entrada de la ciudad inca.

Según nos explicó Ana, Machu Picchu (montaña vieja en quechua) fue una ciudad sagrada construida por más de 20.000 hombres para la élite inca. Rodeada de terrazas destinadas a la agricultura, su centro presenta todos los elementos más importantes de la cultura incaica: desde un templo dedicado al sol donde realizaban sus ofrendas, pasando por puntos elegidos para el estudio de la astronomía hasta estancias del sacerdote y del Inca, el jefazo. Además de su espectacular emplazamiento, destaca por su perfecta arquitectura en la que utilizaban piedras poligonales (de hasta 42 lados) que encajaban como un puzzle sin argamasa, además eran antisísmicas. Visitar Machu Picchu en época de lluvias tiene el inconveniente de que, si entra la niebla, uno sólo alcanza a ver las ruinas por contacto, pero la ventaja es que uno lo visita con muy poca gente. Nosotros fuimos afortunados con el tiempo y el sol lució.

El tercer día recorrimos los pueblos a través del denominado Valle Sagrado. Visitamos un centro de llamas y alpacas donde también había un centro de tejidos tradicionales. Entre otras cosas, nos enseñaron cómo tejían y el origen de los tintes naturales. A modo informativo, sabed que el textil más caro es el de vicuña porque es una especie que no se puede domesticar. Preguntamos por curiosidad cuánto costaba una bufanda de vicuña y nos respondieron con la escalofriante cifra de 500 euros. Paramos en el pueblo de Pisac para hacer alguna compra, regateo incluido, en el mercado. En el pueblo probamos un pan dulce recién salido de un horno de ladrillo, donde, en ocasiones especiales, cocinan un plato tradicional de la zona: el cuy (una cobaya). No lo probamos, pero tampoco nos quedamos con las ganas de hacerlo, ya que el pobre roedor queda tieso como el palo de una escoba tras su paso por el horno y no resulta muy apetecible. A mediodía llegamos a una de las ciudades más importantes del valle: Ollantaytambo. Al igual que ocurre en muchos pueblos del valle, Ollantaytambo, además de la agricultura, explota sus ruinas y vive en gran parte del turismo. Posee unas ruinas incas dignas de admiración, sobre todo por su exquisita técnica arquitectónica y la distribución de los andenes (terrazas sobre una ladera utilizadas para el cultivo). Desde el alto donde descansan las ruinas es posible observar claramente la cantera, situada a 8 Km. río abajo, desde donde los obreros debían traer rocas enormes a medio pulir para construir los muros. Sobre la roca madre de la montaña de enfrente se aprecia también el rostro modelado de Tunupa (una deidad inca) con cara de pocos amigos. Todo un trabajito. Es una pena que se sepa tan poco de una civilización tan avanzada, pero quizá, este misterio que ronda todo lo inca lo hace aún más interesante. Regresamos a Cuzco pasando por una ruta más montañosa desde donde divisamos el nevado de la Verónica, que, caprichoso, apenas se dejaba ver, y haciendo una parada en la antigua iglesia jesuita de Montserrat en Chinchero.

El cuarto día nos iba a deparar una grata sorpresa. Visitamos el complejo hidráulico de Tipón, a 25km de Cuzco. Lloviznaba, estábamos solos y subimos a contemplar esta ejemplar obra de ingeniera hidráulica que aún se estudia. Es un conjunto de plataformas a modo de terrazas que ascienden por una ladera. Desde la parte de arriba brota un manantial que desciende progresivamente pasando por todas las plataformas por un intrincado de canaletas de piedra. Según Ana, se cree que los incas lo utilizaban para experimentar con cultivos aprovechando la diferencia de temperaturas entre cada terraza. Por la tarde visitamos el santuario de El Coricancha, corazón de la civilización Inca y dedicado al Sol, que albergaba muros originales recubiertos de oro y la Catedral, cargada de historia y arte cuzqueño.

El último día nos despedimos de Cuzco y volamos hasta Lima. Lima es una ciudad gigante en la que habitan más de 9 millones de personas. Es como si uniéramos Madrid y Barcelona, las estiráramos y las plantáramos en un desierto en la costa. Tiene fama de gris porque está cubierto de un manto de nubes grises que amaga pero no descarga, pero a nosotros nos recibió despejada. Al llegar, tuvimos un pequeño percance con las maletas. Pepe, el organizador del tour y luego gran anfitrión, lo arregló con suma eficacia. El vuelo de regreso a Madrid salía por la tarde, así que Pepe nos llevó a hacer una visita fugaz por Lima. Primero fuimos hasta el Centro, pasamos por el colorido barrio de Rimac, vimos las playas y, entre otros, conocimos los barrios residenciales de Miraflores, San Isidro y el alternativo de Barranco, e incluso nos dio tiempo a tomar un ceviche (pescado crudo aderezado con limón) en el bar Cordano, uno de los bares más típicos de la capital y, según los rumores, posible punto de gestación de algunos golpes de estado.

Lo dicho, cinco días muy intensos e inolvidables.
¡Que sigan bien!
Un abrazo para todos.

David y María

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