jueves, 6 de agosto de 2009

Crónica 20: Singapur y Costa Este de Malasia

Volvemos. Esperamos que sigáis todos bien.En esta crónica hablaremos de nuestro paso por Singapur y la costa este de Malasia en bicicleta. Un trayecto muy tranquilo y por el que es muy fácil viajar. Pasamos mucho calor, pero nos gustó mucho.De lo poco que habíamos oído y leído acerca de Singapur, lo que mejor recordamos a nuestra llegada, era que una infracción como la de escupir en la calle puede costarle a uno cinco latigazos. Antes de irnos leímos en la prensa cómo una chica iba a ser azotada por beber en publico. Unos castigos que contrastan radicalmente con la moderna personalidad de esta isla-estado-ciudad que constituye una de las urbes más avanzadas y dinámicas de Asia.
Su población es una amalgama compuesta principalmente por chinos, seguidos de indios, malayos y occidentales que conviven en armonía. Cada una de estas culturas viene reflejada en un barrio característico de la ciudad. Nosotros nos decantamos por buscar alojamiento en Little India, un barrio que parece sacado de una película sobre la India. Durante nuestra estancia, aprovechamos para hacer trámites de visados y conocer la ciudad. En Little India probamos las phrata, una crepe servida en una bandeja con diferentes salsas especiadas muy típico hasta Tailandia en los desayunos; cerca del Barrio Colonial se disputaba un partido de cricket -Singapur fue colonia inglesa y forma parte de la Commonwealth-; y en ChinaTown nos adentramos por sus laberínticos bazares en los que olimos por primera vez el fétido fruto del durian (melón verde claro con pinchos), tan amado por los chinos. En una misma calle de este barrio visitamos una mezquita, un templo hindú en el que coincidimos con la celebración de una boda, y un templo budista en plena oración. En definitiva, una introducción perfecta para acceder a Asia. Es también una ciudad muy limpia, en crecimiento, espaciosa y donde la gente viste con mucho estilo. Nos contaron que mucha gente asiática compra en Singapur porque es garantía de que no es una falsificación. Además de ser un puerto marítimo estrategico desde siglos atrás, es ahora un nexo aéreo clave con australasia.
Al cuarto día, montamos las bicis y salimos hacia Malasia. El tramo de 25km hasta la frontera fue lento pues había trafico de fin de semana, y tras dos horas de pedaleo llegamos al monstruoso edificio de la frontera. Un policía nos indicó que nos uniéramos al congestionadisimo carril de motos, en el que medio millar de moteros se peleaban por avanzar. Dejamos Singapur y cruzamos el puente (ver foto) sobre el Estrecho de Johor hasta el paso fronterizo con Malasia donde cumplimos con las formalidades de la entrada y pasamos a Johor Bahru. Cansados de tanto tráfico, nos desviamos por la primera carretera llegando a un kiosco en el que en dueño nos recibió con una sonrisa que nos hizo pensar que Malasia nos iba a gustar. A pesar que lo desaconsejara la guía, decidimos quedarnos una noche en Johor Bahru. Entramos al atardecer, al compás de la llamada del muyaidín a la oración. Es verdad, era una ciudad caótica y sin gran atractivo, pero por la noche cenamos uno de los mejores platos de pescado del viaje en un puesto chino en la calle (foto cenando) y nos empapamos de vida local. Descansados, a la mañana siguiente, pusimos rumbo a la costa. Ese día descubriríamos lo que es andar en bici bajo el sol en un país tropical. Desde entonces organizamos los días para pedalear en las horas del amanecer y atardecer. A pesar de la humedad y el calorazo, conseguimos cubrir 120 km hasta el pueblo de Jemaluang, gracias a los ánimos recibidos por los coches y motos que nos pitaban, los obreros que nos gritaban y hasta uno que se levantó las gafas no creyendo sus ojos. A Jemaluang llegamos al anochecer, no había hoteles ni ningún otro tipo de alojamiento, así que nos paramos en una lonja china para cenar. Junto a nuestra mesa cenaba un grupo de amigos que comenzó a interesarse por nosotros y nuestras bicis. A pesar de las dificultades del idioma y con la ayuda de un diccionario, pasamos una cena muy divertida (ver foto de grupo). Eso sí, cuando terminamos seguíamos sin saber donde íbamos a dormir, así que les preguntamos. Tras un rato de discusión, uno de ellos le invitó a David a subirse a su moto, le llevó a los alrededores y le indicó un polideportivo. Nos despedimos y ahí fuimos. Cuando llegamos con las bicis, había un partido de badmington, deporte muy practicado en Malasia. Uno de ellos se acercó a invitarnos a jugar (lo que nos faltaba tras 7 horas de bici). Declinamos y le explicamos nuestra intención. Nos respondió que mejor ir a la comisaria a dormir. Eran casi las 11 de la noche, no nos quedaba otra, así que ahí fuimos. El agente de guardia, tras pedirnos los pasaportes, esbozando una sonrisa nos indicó dónde plantar la tienda. Aprovechamos la manguera del jardín para ducharnos y caímos redondos, y seguros. A la mañana siguiente, los guardias nos dejaron el baño de la celda, que por cierto estaba mucho mejor que el de muchos albergues. Desde Jemaluang llegamos a Mersing, ubicado en la costa este. Mersing es un destino turístico utilizado como base para ir a las islas Tioman famosas por sus playas. Decidimos subir a Tailandia por la costa oriental por varios motivos: porque es más llano, hay menos tráfico y menos probabilidad de monzón en esas fechas.
Seguimos avanzando y nos desviamos a la costa por un tramo espectacular en busca de un camping en el Kampung (aldea) Pasir Lanun. Cuando llegamos era más bien un campamento junto a la playa. El dueño, a través de la hija, que hablaba ingles, nos enseñó orgulloso el campamento, utilizado principalmente para realizar eventos. Al día siguiente esperamos a media tarde a que refrescara para salir a Pekan, pasando por Endau. A lo largo de todo el camino hemos sido espectadores de la forma de vida en el este de Malasia. La religión musulmana desempeña un papel articulador en la vida de las gentes y los pueblos. En cada provincia reina un sultán que actúa de guardián de la fe islámica. En Pekan, fuimos a visitar la mezquita, en la puerta se nos acercó un hombre vestido de blanco, que pensamos sería un imán. Le preguntamos si podíamos entrar, no le entusiasmó la idea de que María entrara sin algo que le tapara las muñecas (en Singapur no habíamos tenido ningún problema). Seguidamente empezó a adoctrinarnos diciéndonos que la felicidad se encuentra en el Islam, luego, mirándole a David y refiriéndose a María, dijo que las mujeres no deberían estar conociendo mundo sino cuidando de los hijos en casa. Además añadió refiriéndose al Al-Andalus, que era posible que nuestros ancestros fueran musulmanes y a modo de risas nos rebautizó: David, que al saber que el "imán" era palestino dijo llamarse Al-Varo, pasó a ser Abdul Mohammed y María, Mariam. A David le propuso enseñarle a rezar pero educadamente le dijimos que los dos o nada. Rebautizados, avanzamos hasta Chukai. Esa noche el dueño del hotel nos invitó a cenar a un puesto cercano. En la cena nos contaba lo diferente que era la Malasia occidental de la oriental. Él había crecido y vivido en Kuala Lumpur, abierta y moderna y ahora había decidido hacerse cargo del negocio de su padre que había fallecido hacia poco, y le costaba adaptarse a la aburrida, a sus ojos, vida de Chukai. El juego estaba prohibido, no había cines ni bares y una cerveza cuesta ocho veces mas que una coca cola. Todo esto nos lo contaba mientras veíamos un campeonato de Pencak Silat, arte marcial de origen indonesio, organizado en un centro comercial. Si bien es cierto que las posibilidades de ocio son limitadas, coincidimos con multitud de eventos deportivos y sociales en los que participan todos. Nuestro siguiente destino fue Rantau Abang, en el camino nos cruzamos con otros dos ciclistas, Ine y Max, ella noruega y el francés, que venían desde Marsella y con los que intercambiamos información y experiencias. La idea de parar en Rantau Abang era la de ver tortugas Leatherback, las más grandes de la especie que eligen esas playas para poner huevos. No vimos ni una, al parecer ya han dejado de ir, no es de extrañar viendo todo lo que han construido. De Rantau Abang pedaleamos hasta Marang, punto de salida para visitar las Kapas. Una vez más, Marang era antaño un pueblo pequeño dedicado a la pesca que había atraído al turismo y que con el desarrollo urbano había perdido su encanto.
Tras seis días de pedaleo sin pausa decidimos darnos un día de descanso en la isla. Llegamos al atardecer y nos dejaron poner la tienda en una playa sin resorts (foto final). Una hora después notamos una brisa de aire frío, y vimos cómo se acercaba una nube negra por el horizonte. El viento empezaba a azotar con la mala suerte que justo ese día se nos habían olvidado las piquetas de la tienda. Al final, un tanto inquietos por los rayos y truenos, atamos la tienda a la rama de un árbol y fuimos a buscar refugio a un resort con la excusa de ir a cenar. Cuando volvimos, la luna llena iluminaba la playa y la tienda seguía ahí. Por la mañana descansamos en la playa y conocimos la isla y su arrecife. De vuelta a la península pedaleamos hasta Kuala Terenganu (foto atardecer y mezquita flotante arriba). A pesar del tráfico, la ciudad nos recibió con un bonito atardecer. Nos alojamos en Duyon, famosa por sus astilleros. El dueño del hostal lo había construido sobre el río y se dedicaba a construir barcos de madera por encargo. En Kuala Terenganu, visitamos un museo que nos decepcionó por la escasa información que albergaba sobre Malasia, aunque arquitectonicamente el edificio era muy bonito.

Esa noche nos llegó el mensaje al móvil de los amigos de David, que se encontraban en el norte de Tailandia, avisándonos de que llegarían en dos días a Krabi, en la costa oeste de Tailandia. En un principio habíamos pensado ir en bici, pero en vista de que no íbamos a llegar decidimos subir en bus pasando por Kotha Bahru, cruzando la frontera en Sungai Kolok (Tailandia). A partir de Tailandia, en las dos primeras horas de trayecto en bus, vimos como había puestos de control militar cada 20 km por el conflicto que existe entre el gobierno y un movimiento independentista musulmán. Llegamos de madrugada y el último tramo lo hicimos en bici sorteando todos los perros que abundan por la noche. Ahí esperaríamos la llegada de Imanol, Mikel, Leire, Xosé y Ainhoa: esa parte la contamos en la siguiente crónica.
Un abrazo,
David y Maria

2 comentarios:

Silvia Maiz dijo...

¡Qué pasa Indurain! Bueno ya se os ve morenitos.

Vaya, ya veo que seguís en plan aprovechateguis total. Yo te propongo cambiar el nombre del blog por "viajandoporlajeta.blogspot". ¡Cómo vas perfeccionando! ¡hasta te aprovechas de la poli! ¡Qué profesinal!

La parte de Malasia me trae muchos recuerdos. ¡Qué fuerte lo de Singapur! ¿Qué te harán si echas la pota en una estatua?
Vaya tipos más altos con los que apareces en la foto. O igual es que has crecido mucho.

Y al Imán ese, le tendrías que haber ofrecido una coca-cola y decirle que David es un nombre judío y que como eres traductor le podías traducir su nombre al idioma yanki. Seguro que la conversación hubiera ido más relajada.

Bueno, voy a leerme la siguiente crónica. Espero que no te hayas aprovechado de tus colegas que te han ido a ver hasta Tailandia.

David y María dijo...

Ese Edu! Nos encantan tus comentarios! Unas risas! Vamos a sacar un apartado especial con tus comentarios, menudo jugo que les sacas a nuestras cronicas. Es una pena que no pasaramos por el oeste de Malasia, por Juala, que debe ser muy interesante y las antipodas del este, en otro tiempo. Ahora mismo estamos en Sishophon en Cambodia, yendo hacia Angkor Wat...ya os contaremos...
Un beso a los 4
david y maria