sábado, 12 de junio de 2010

Crónica 37: Siría de norte a sur

Ruta: bici, bus

Nada más cruzar las vías de tren y abandonar suelo turco nos recibió la imagen de Bashar, el actual presidente de Siria que veríamos hasta la saciedad durante el resto de nuestra visita en las entradas de los pueblos, lunas traseras de los coches o hasta en algunos sirios que lucían bigote y corte de pelo imitando el look de su líder.

La entrada a Siria

La oficina de inmigración Siria era un cuarto oscuro rodeado de cajones repletos de fichas de papel en el que trabajaba un policía de los cuatro que había. Entramos en la sala, rellenamos el impreso de marras y el policía, que además de ser el único que hacia algo también hablaba inglés, empezó con el petit interrogatorio:

P: ¿Estáis casados?
DM: Prometidos
P: ¿A qué venís a Siria?
DM: De visita
P: ¿Tenéis pensado ir a Palestina?
DM: No

En esta última pregunta uno no puede fallar ni en broma. Dicen Palestina pues no reconocen a Israel como estado. Siria e Israel siguen "técnicamente" en guerra al no tener ningún acuerdo de paz firmado desde la segunda guerra Árabe-Israelí, luego cualquier rastro sionista en nuestro pasaporte nos hubiera imposibilitado la entrada. Es tal el rechazo que en muchos países árabes se quedan callados al conocer el nombre de David. La mayoría de nombres no son elegidos porque suenen bien o sencillamente guste, sino por su significado religioso, así que ese silencio significaba que veían a David como el "Rey de los Judíos".
Justo cuando nos disponíamos a abandonar la sala con nuestros sellos de entrada, el policía nos dijo- ¡Esperad!, ¿habéis pagado el registro de vuestras bicis?-,-El Embajador de Siria en Delhi que nos dio los visados nos aseguró que no necesitábamos registro alguno- respondimos poniendo cara de órdago. Unos segundos de silencio y dijo: -Welcome to Siria-, tragándose el farol.
Primeros kilómetros
Tomamos la carretera en dirección a Alepo. Seguíamos en la zona de Mesopotamia cercana al Eufrates y pedalear seguía siendo una delicia. Aceptamos pararnos en la escuela de un pueblo en el que los niños nos miraban como si dos extraterrestres hubieran entrado al patio.


Parada en la escuela

Tras charlar con el profesor de inglés sobre la escuela y la zona, reanudamos la marcha por la carretera que pasaba por pueblos de piedra y barro que parecían sacados de escenas de la Biblia: hombres en carros tirados por burros y mujeres con túnicas de colores llevando rebaños de cabras.

Pueblos típicos del norte de Siria

En uno de los pueblos paramos a saludar a un grupo de mujeres nerviosas que saciaban su curiosidad haciéndole preguntas a Maria. Se armó tal revuelo que la "matriarca", que parecía temer que les contagiáramos alguna idea "liberal", disperso el corrillo vara en mano ante las risotadas de todos.Sin duda íbamos por la Siria más tradicional y conservadora.

En el camino solían escoltarnos niños moteros para curiosear.

El paisaje primaveral iba mejorando a cada paso, el campo estaba en pleno esplendor y parecía contagiarse a la gente que nos sonreía y nos ofrecía té o un lugar donde descansar a la sombra. Aún seguiríamos en Siria si hubiéramos aceptado todas las invitaciones.


Comenzaba a hacer calor y varias bandadas de aves migraban desde África hacia Europa recordándonos el calor que nos esperaba más al Sur.

Nuestra primera noche en Siria acampamos junto a un pueblito habitado por una misma familia. Insistieron en que durmiéramos en una habitación gigante impoluta decorada con flores de plástico y alfombras que reservaban, supusimos, para ocasiones especiales, pero declinamos educadamente prefiriendo dormir en la tienda donde estábamos más cómodos. Eso sí aceptamos cenar y desayunar con los patriarcas del pueblo con los que nos comunicamos con gestos y a los que el resto de la familia guardaban un estricto respeto. El desayuno consistía principalmente en combinar pan con productos de la zona: aceitunas, aceite de oliva, queso de cabra y Saa atar (mezcla de especias) que se untaban con el aceite.

Primera cena siria
Nos despedimos de la hospitalaria familia y pusimos rumbo a Aleppo en un día muy ventoso en el que sólo paramos para comer un "pincho moruno" típico del país preparado con brasas y que sería el mejor del viaje.Entramos en Aleppo cuando se ponía el sol, los muecines llamaban a los fieles y bandadas de palomas volaban en círculos, y encontramos un hostal de "mochileros" barato en el centro en el que alojarnos.

Llegando a Aleppo

Aleppo compite con Damasco por el título de ser la ciudad continuamente habitada más antigua del mundo. Sin duda es una ciudad con solera y mucho encanto. Durante los tres días que paramos, visitamos: su ciudadela que domina la ciudad y que impresiona desde fuera pero defrauda desde dentro; paseamos por su intrincado zoco, muy parecido a los zocos que veríamos más adelante y el desordenado pero interesante museo.

Ciudadela de Aleppo
Reunión de imanes, zoco de Alepo al fondo


Desde Alepo seguimos hacia el sur por secundarias que nos llevarían por pueblos rodeados de extensos olivares.

Acampada libre en olivar, a la izquierda la tienda camuflada
Preparando el desayuno...
Avanzamos despacio tanto por lo escarpado del terreno como por la belleza de los sitios. La segunda noche acampamos junto a las ciudades muertas: pueblos de piedra de la época romana abandonadas por alguna razón misteriosa y que se han preservado casi intactas.


En Albara, cerca de las ciudades muertas. Nos pusimos tibios a peras

Pasando por las ciudades muertas
El siguiente día llegamos hasta las bellas ruinas blancas de Apamea. Durante la visita, moteros sirios nos abordaban para vendernos monedas con la imagen de Alejandro Magno ante la aprobación de los policías. Antiguamente fue una ciudad del Imperio Oriental Romano; hoy queda una bella columnata reconstruida a lo largo de lo que era el Cardo Máximo, o arteria principal.

Llegando a las ruinas de Apamea

Cardo Máximo de las ruinas de Apamea
Transporte de trabajadoras a los campos

Nos cayó la noche en nuestro camino a Hama y acabamos acampando junto a la casa de un pastor que volvía de la jornada con su rebaño y burro. Tenía mujer y seis hijos, el mayor de los cuales no llegaría a los 8 años. Montamos la tienda, cenamos y nos metimos al saco. Al de poco, el perro de la casa empezó a ladrar. Esperamos un tiempo reglamentario, pero nada, si seguíamos sin actuar esa noche no pegaríamos ojo. La noche anterior no habíamos dormido por los tres muecines que nos rodeaban, un burro que les hacia los coros y un perro que ladraba como un loco. No sabíamos que hacer hasta que María sugirió en broma: ¿le damos un noctamid (pastilla para dormir)? La broma se convertiría en experimento: le preparamos un pintxo con quesito con medio noctamid camuflado y se lo lanzamos. No dudo en zampárselo e incluso se relamía pidiendo más. Al de poco los ladridos fueron perdiendo intensidad y veíamos que empezaba a bostezar. Minutos después cogió postura y tachan: roque! A la mañana nos despertó la voz del pastor llamando al perro que había desaparecido. Nos empezamos a agobiar pensando que le había pasado algo por la pastilla. Tras cinco minutos, apareció arrastrándose y bostezando. Funcionó, e incluso movió la cola cuando nos volvió a ver.

La casa del pastor donde acampamos

El perro que dormimos

La familia que nos acogió
Alineación al centro

Llegamos a la ciudad de Hama. Es famosa por sus norias o molinos de agua, pero también se conoce por ser el escenario de una masacre llevada a cabo por el padre del actual presidente, Assad, en 1982 para reprimir una insurgencia suní. Arrasaron el casco histórico y murieron 20000 personas. Un evento que sigue siendo un tema de conversación tabú. Para añadir más leña al fuego, a la entrada de la ciudad se erige una estatua del propio Assad, imaginamos para recordar quién manda.

Molinos de agua por Hama

Siria es un país abierto al turismo, pero los sirios sufren un estricto control gubernamental en cuanto a la libertad de expresión. Existe una clara censura en los medios de comunicación e Internet. Facebook, Youtube y Blogspot están prohibidos. Una oligarquía familiar alawita lleva las riendas de todo el país donde las paredes tienen oídos.


Desde la ciudad de Hama tomamos un bus hasta Palmayra a 180 kms metido en un oasis en pleno desierto. Las ruinas de Palmayra son lo que queda de una civilización de comerciantes que vivió durante el Imperio Romano. El personaje más emblemático fue Zenobia, la Reina del Desierto, que desafió a Roma no sólo estableciendo la independencia por unos años sino amplió su imperio hasta Egipto. Apresada y exhibida como trofeo por los romanos, acabó casándose con un senador. Sin duda una vida intensa. La principal importancia en Palmayra fue su posición estratégica en la ruta comercial entre Oriente y Occidente. Hoy es un pueblo beduino que vive de las ruinas.
Ruinas de Palmayra

De Hama decidimos seguir rumbo hacia el Líbano parando en un castillo de la época de los Cruzados, Crac des Chevalliers. Suelen hallarse sobre altos, así que visitar estos fuertes y castillos repartidos de norte a sur por Oriente Próximo suponía arrastrarnos por subidas y bajadas. Quizá por este castillo existan aún pueblos enteramente cristianos y no era extraño ver vírgenes en las cuevas de la carretera o cruces gigantes a la entrada de los pueblos. La belleza del paisaje plagado de olivares era inversamente proporcional a la fealdad de los pueblos. Vimos una loba y oímos aullar a su camada, algo que nos hizo pensar en elegir bien el lugar de acampada.

Pasando por pueblos cristianos cerca del Líbano

El Jefe de la Escuela de Agronomía nos abrió la escuela y preparó un café árabe, un expreso al cubo sin filtrar, para descansar de la lluvia. Seguimos avanzando o más bien empujando las bicis por pendientes imposibles acordándonos de los artífices de semejante hazaña de ingeniería de caminos. Cuesta abajo teníamos la pendiente a la inversa y era tal que Leonarda, la bici de David, no podía con el peso. Acampamos en una zona urbana, protegidos de todos los animales que los locales mencionaban al preguntar por un sitio donde poner la tienda. Decían que había osos y hienas.

Aullidos...
de lobos o hienas

Crac des Chevaliers
Descendimos a la llanura pedaleando fuerte para llegar al Líbano antes del anochecer. No lo conseguimos y el sol se puso a pocos minutos de llegar a la frontera. Buscamos un sitio donde montar el campamento mientras avanzamos. Así hasta que llegamos a la frontera con Líbano. Exactamente lo que no queríamos. Para ir a Líbano por tierra la única opción es entrar y salir por Siria, luego tras terminar Líbano volveríamos a Siria.

Cena en la tienda
Tras nuestro paso por Líbano volvíamos a Siria y Bashar, su presidente, nos daba de nuevo la bienvenida mientras escalábamos la Cordillera Antilíbano que hace de barrera natural. Salíamos del Líbano con muy buen sabor de boca. Mereció mucho el esfuerzo de desviarse, conocer un país con tanta personalidad y tan diferente en Oriente Próximo, incluso comiéndonos con patatas las dos cordilleras que le separan de Siria. Por otro lado, regresábamos con ilusión de conocer Damasco, última parada en Siria.

Lechugas frescas y crujientes
La entrada al atardecer fue tan mágica como la de Aleppo. Encontramos el piso de Rob con rapidez; era fácil pues estaba frente a las embajadas de Irak y EEUU. Es decir, el lugar más custodiado de Siria después de la casa del presidente y, al mismo tiempo, más susceptible de ataques.
Rob compartía piso con Pawel, un polaco que también trabaja en UNICEF. Periodistas los dos, estaban muy comprometidos con su trabajo y dominaban el árabe. Los cuatro días que estuvimos en la capital Siria, además de disfrutar de su compañía y sentirnos como en casa, nos pusieron al día de la vida cotidiana en Siria así como de la situación política en Oriente Próximo. Damasco nos pareció una ciudad mucho más abierta y cosmopolita que Aleppo. Aunque sabe conjugar esa modernidad con su historia visible en su laberíntico Casco Histórico amurallado. Una parte vieja que preserva todo su encanto y donde nos perdimos callejeando. La joya del casco es sin duda la magnifica Mezquita Omeya, una de las mas sagradas para el mundo musulmán y que aún preserva los restos de la iglesia que fue. En su patio se mezclaban los grupos de turistas (ellas obligatoriamente cubiertas de la cabeza a los pies con la favorecedora abaya) con los peregrinos del mundo musulmán.
Mezquita Omeya de Damasco
¡Aupa Athletic!
De Damasco partimos al sur con rumbo a Jordania, no sin antes responder al interrogatorio de los vecinos de Rob y Pawel excesivamente interesados por nosotros y nuestras bicicletas. Ya estábamos advertidos de que el derecho a la intimidad es algo desconocido en Siria, sobre todo si eres mujer. Laura, una española amiga de Pawel que estaba perfeccionando el árabe en Damasco, nos contaba cómo ella y sus compañeras de piso tenían que mentir diciendo que los amigos que van a su casa son maridos, hermanos, primos etc para que el dueño no las eche del piso... a pesar de que lo paguen a precio de extranjeras.

Cenando con Rob, Pawel y amigos

Antes de dejar Siria, desde Daraá, hicimos una excursión a las ruinas romanas de Bosra con uno de los anfiteatros mejor conservados del mundo gracias a su dura roca basáltica.

Teatro de Bosra

Siria es un país en el que es fácil pedalear, resulta muy seguro para acampar, barato y que ,al ser la cuna de las civilizaciones, esconde muchos lugares llenos de historia.

Un abrazo,

David y María

Dentro de poco, más crónicas....

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